30 oct 2014

Tan sencillo como temer.

Emiliano salió de casa una tarde de otoño en la que ya caía la noche.  Había tomado una nueva decisión en sus quehaceres diarios, dejar de utilizar el ascensor.  Así que ese día, partió rumbo a la escalera. 

Un rato antes,  algún vecino que estuvo por allí  había dejado la luz prendida y Emiliano, sin pensar en el tiempo que ésta duraría, empezó el descenso. Segundos más tarde quedó a oscuras, lo que provocó que se parase de repente.  Si algo no soportaba era bajar a oscuras. Sin embargo, la duda lo invadía,  las opciones presentes eran seguir bajando o esperar a que alguien apareciese de nuevo y encendiera la luz. Los pensamientos buscando una solución no lograban armarse y mientras él, seguía de pie esperando la respuesta. Llegó un momento que se cansó de esperar y tomó asiento. Las yemas de los dedos se enredaban en su pelo y la desesperación sobre qué decisión tomar lo invadía. 

Pero esperó y esperó tanto que la noche pasó, y cuando de nuevo tuvo luz, ya no se acordaba de a dónde iba ni quién lo esperaba. Regresó a su casa y empezó otro día más.