31 may 2014

Millones .

En el momento en que las cosas toman el rumbo que imaginábamos que iban a tomar pero no deseábamos que tomasen, nos damos cuenta de que duele. 

Duele no una vez, ni dos, duele millones. 
Esos millones que siempre caen para hacernos conscientes por enésima y enésima vez que millones no es suficiente para las realidades que las mentes conocen y los corazones no reconocen.

Y resulta que hay todavía, más que millones, pero ¿hay millones efectivos o jamás llegan?
¿De qué depende la efectividad de ese millón? 
Una vez más, de la voluntad. 
No es un número lo que marca la aceptación de la situación, sino que es una decisión, una actitud y su determinación lo que va a provocar ese final efectivo.

Millones en una actitud de negación son iguales a cero. 
Sin embargo, ¿cambiar para qué todo siga igual? Pero no seguirá igual siempre que queramos que no lo sea.
 Y en lo que concierne a los azares y destinos  “incontrolables” pues bueno, que se descontrolen. 

62, rue Legendre, Paris. 
31 de mayo de 2014. 

13 may 2014

Hágase la oscuridad.

Todavía no es de noche cuando empiezo a mostrarte mi desnudez. Tú te sorprendes y tratas de advertirme del riesgo, pero ¿sabes? yo no le tengo miedo a mi desnudez en la claridad, por muchos descrita como vulnerable. Ya me cayó lluvia, nieve, granizo, también me quemé por el sol. Me paseé golpeada por las inclemencias del clima con una luz (in)soportable.

Tú te escondes en la noche y cuando en ella, trato de alumbrarte, me golpeas fuertemente para evitarlo. Estás tan escondido en la oscuridad que no soportas mi desnudez visible, la ignoras. Me paseé desnuda ante ti con infinitas luces brillando sobre mí, pero tú ceguera me derrumbó. Así que me cubrí y me sorprendí al descubrir que me mirabas de la misma manera  que cuando estaba desnuda, sin verme. 
Me odias por descubrirme porque no soportas tú propia desnudez. Yo ansío verte desnudo, pero cuando traté de desvestirte me golpeaste casi más fuerte que la lluvia incesante de este mes de abril, lo cual me dolió más que mi vulnerabilidad expuesta a plena luz. 
Me presenté desnuda a desvestirte, te reíste de mi desnudez y te defendiste de la tuya. 
La oscuridad tu refugio, mi desnudez tú rechazo.

Por momentos, con tu oscuridad absoluta, me resultas más insoportable que la luz repentina luego de un plácido sueño en la absoluta oscuridad. Creía que podía soportarte, cuando me di cuenta de lo difícil de mi misión, me resigné a no hacerlo más. Pero mi personalidad quiso que me enfrentara de nuevo a ti. Me vestí la desnudez para soportarte entre armaduras de hierro. Me paseé muchas veces desnuda, vos me seguías viendo sin mirar, y cuando aparecí vestida ni cuenta te diste. 
Entonces descubrí que lo que me dolía no era mostrarme, sino, que no me vieras.
No soporto esta armadura que me cubre la desnudez diurna dejándola al descubierto en la oscuridad, donde no me ves ni aunque quisieras. Es demasiado pesada para mí. 
No soporto intentar soportarte, ni mi armadura ni tu oscuridad.

Sin embargo la temida luz siempre llega por las mañanas y a ti te tocó dormir en una habitación sin persiana. Sobre la ventana, la cortina más gruesa y oscura que jamás haya visto.
Deberías tapiar las ventanas, esas por las que ni un mínimo resquicio de luz brotaría en el más absoluto apagón de París, así Haussmann se retorciera en su tumba, pues estoy segura de que si te conociera, lo entendería, ya que hay oscuridades como la tuya, (im)posibles de mitigar.

Cuando decido soportarte, descubro el límite temporal de mi capacidad de soporte, y lo curioso es que el peso de los días se hace cada vez más insoportable. Y es tan insoportable que me planteo mil y una maneras de soportarlo. Y recuerdo… recuerdo aquella última vez, cuando decidí ir a soportarte sin prever que luego, nuevamente, no podría hacerlo más. Pero no, no me enfado conmigo por eso. Estoy acostumbrada a pasearme desnuda, haya o no luz,  yo se conocer y aceptar mi desnudez, y si te da miedo, entonces andá y apagá, otra vez, la luz. 
Pues yo, no nací para vestir armaduras.

Foto: Hugo Passarello Luna. www.hugopassarello.com